27 may 2012

Sin novedades



Uno ojos marchitos en los que brillaba la tristeza, enmarcados por un rostro golpeado y con claros signos de preocupación en la frente, miraban con dulzura y cariño, a pesar de todo a un pequeño niño. Era su hijo y lo amaba aunque se dibujarán en su faz rasgos de ese ser que le causaba tanto dolor. Sabía muy bien que debía partir, que dejarlo era lo mejor, pero la indecisión y el temor la rondaban y muchas veces dificultaba su respiración. No tenía a donde ir y además estaba su pequeño, él dependía de ella. No podía arriesgarse a que todo fuera peor. Mas ¿cómo podía serlo? Ya vivía un infierno. Sin embargo no era ella quien importaba, solo importaba su hijo, la razón de su existir. Obviamente él no era ajeno a sus problemas pero ella trataba de que lo tocaran lo menos posible.

El reloj seguía con su tic-tac, ya era tarde, él aún no llegaba. Probablemente, otra vez, estuviese bebiendo con sus compañeros de trabajo. Llegaría de mal genio, con su sentido de autoridad al límite y con actitud despótica. Le exigiría que lo tratase con pleitesía y que se entregase completamente a él como si su vida fuese un mar de rosas. Ella, generalmente, ponía resistencia pero se resignaba más y más con cada noche que pasaba, por lo que las últimas veladas se comportaba como un ente inerte, limitándose sólo a respirar.

El sonido de la llave entrando en la cerradura llegó hasta la habitación de la segunda planta, donde yacía ella en la cama expectante. Sintió sus primeros pasos irregulares por el pasillo. Entonces sabía lo que debía hacer. Su corazón palpitó fuerte y constantemente mientras su mente maquinaba. Los pasos se oían cada vez más cerca retumbando en los escalones. ella tomó a su hijo adormilado en brazos y corrió al armario. Las bisagrass de  la puerta del cuarto chillaron y, el sonido seco de la puerta golpeando la pared, anunció su entrada. Con toscos movimientos examinó el lugar buscando su esposa. Aunque sus sentidos fallaban por momentos poseía bastante determinación para encontrarla. Después de algunos tropiezos y muchas injurias, sus manos llegaron al armario. Lo abrió con brusquedad, de un solo halón, e instantáneamente el revoloteo de cientas de alas lo desconcertó y no le dejó ver nada. Cayó al suelo de espaldas por la sorpresa. mariposas coloridas llenaron la habitación y salieron poco a poco por la ventana, y en el closet no quedó más que ropa.



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